A
diferencia del proceso tradicional de crecimiento que venían presentando las
ciudades basado en la migración de zonas rurales a urbanas y que ha propiciado
que la población urbana en México pase de tan sólo una décima parte a
principios de 1900, a dos terceras partes en el 2003 (Garza, 2003); dicho proceso
migratorio en conjunción con la diversidad de políticas de concentración
industrial ha dado origen a grandes conglomerados urbanos (Unikel, 1976;
Pradilla, 1993) en los que las políticas urbanas se caracterizaron por un
marcado énfasis sobre modelos de
expansión urbana.
El surgimiento de nuevas
colonias, propició que algunos habitantes del centro urbano, optaran por
cambiar su residencia hacia las nuevas áreas, que además dicho sea de paso, se
promocionaban como la llegada de la modernidad y optando por rentar sus
propiedades ante la presión inmobiliaria que generó el incremento de usos
comerciales o habitacionales en esquemas de vecindad; factores que sin duda
parecen haber iniciado un proceso de
deterioro espacial y funcional, ya que el desplazamiento de los grupos
económicamente más poderosos, hacia nuevas áreas de crecimiento, re-orienta las
inversiones pública y privada fuera de la zona centro.
El cambio en los
patrones de movilidad de la población y la progresiva construcción de colonias
y fraccionamientos demandó la conformación de zonas comerciales y de servicios,
que estratégicamente localizadas, pudieran cubrir las necesidades de la
población, a fin de que no se trasladara al centro, situación que agudizó la problemática de los centros
urbanos, al verse marginados del consumo de buena parte de la población,
llegando a finales de la década de 1980 a caracterizarse, entre otros aspectos,
por el deterioro en las edificaciones,
la proliferación de comercio informal, hacinamiento y proliferación de viviendas
en vecindad, inseguridad y otros tantos factores que propiciaron un agudo
deterioro en la calidad del ambiente urbano.
A
partir de 1980,las políticas
urbanas sobre la ciudad comienzan a redefinir a los centros urbanos
como centros históricos y son objeto de acciones que se califican como
de rehabilitación, rescate, renovación y
demás términos alusivos a un interés primordial: la conservación del patrimonio
edificado y la puesta en valor de dichas zonas centrales, que durante las tres
décadas anteriores habían permanecido inmersas en un proceso de deterioro.
Asumiendo su
transformación; donde privilegiar la conservación del patrimonio
urbano-arquitectónico sólo constituye otra acción tendiente a lograr la
vigencia dentro de la estructura urbana actual, pero ahora ya no en términos
comerciales o administrativos, sino
turísticos y culturales.
Algunos Centros Históricos han
emprendido un proceso de transformación en este sentido. Tal es el caso de la
ciudad de Morelia, El Centro Histórico de Quito, Ecuador, El Centro Histórico de la Cd. de México, de
Querétaro, de Puebla, Veracruz, Torreón; todos ellos han emprendido no solo una
regeneración físico espacial de su patrimonio edificado, sino también han
implementado un conjunto de programas socioeconómicos, educativos y culturales
destinados a mejorar la calidad de vida de quienes habitan y visitan la
demarcación.
Si bien es cierto, el Centro Histórico de
la ciudad de Tijuana, no es caracterizado por contar con patrimonio construido
de relevante arquitectura; habremos de reconocer su importancia por ser el núcleo
urbano original de planeamiento y construcción de nuestra ciudad, el que
contiene bienes vinculados con su historia.
Nuestro Centro Histórico no ha escapado a los
vaivenes del tiempo y en la actualidad pasa por una etapa difícil en su
acontecer. Muchos edificios han sido
abandonados por sus propietarios, dando una imagen de total deterioro. Una
proliferación del comercio informal que invade literalmente las vías públicas, el
congestionamiento vehicular provocado principalmente por el transporte público,
la inseguridad producida por conductas antisociales, el detrimento de la imagen
urbana; todo esto causando una deteriorada calidad del ambiente urbano.
El deplorable estado actual del Centro refleja no
solo insensibilidad, negligencia y desinterés hacia el patrimonio, sino también
falta de conocimiento respecto a su gran potencial de desarrollo económico y
social.
Es apremiante implementar un “Modelo de gestión” que ponga en valor
su acervo patrimonial, que dé continuidad y que trascienda administraciones
trienales y sexenales en donde participen de manera conjunta el gobierno y
sociedad civil.
El fin de la recuperación de un espacio es el del uso público del
mismo, no puede haber un rescate si no hay apropiación de los vecinos. Para que
se dé una verdadera reparación de estos espacios urbanos de la ciudad no basta
la inversión en la infraestructura o la restauración del patrimonio, sino hay
que darle vida y esto se consigue mediante la gente. Hay que saber diversificar
los usos del espacio en vivienda, negocios y actividades culturales y recreativas.
El centro histórico de la ciudad es el espacio más importante en donde existen
zonas de participación masiva y creo que la gran lección que hemos aprendido es
que hay que hacer una sinergia entre lo público y lo privado, pero principalmente
alentar la recuperación del espacio para que éste sea un espacio para la
convivencia de la ciudadanía y para la construcción de una comunidad que sepa
convivir de manera armónica en el espacio fundamental de una ciudad.
MArq. Diana Nieto Adame
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